A propósito de las fechas de fin de año (con un 2009-2010 muy particular en lo personal, por cierto!!!); de un interesante curso de Antropología Filosófica que tuve esta semana (¡gracias Juan Salvador por invitarnos a pensar!); y lo que está pasando en Haití… se me ocurrían esta líneas.

¿Parece claro hacia dónde va el camino, no…?

En 1988, el filósofo español Alejandro Llano publicó una obra adelantada a su tiempo. Su título: La nueva sensibilidad.

Llano se refería ahí a los indicios de una forma distinta de entender las interacciones sociales. Entre los síntomas de esa sensibilidad que aparecía, se encontraba el avance de los factores cualitativos respecto de los cuantitativos y la importancia concedida a la solidaridad.

Sobre este fenómeno tuvimos un «brote» en la Argentina del 2001. La crisis nos golpeo duro, dejó a la luz nuestros errores, y con mucha bajeza sólo exclamamos (porque todo quedo en el plano de lo discursivo): «¡Que se vayan todos!».

A nivel global, fenómenos como el auge de las Organizaciones No Gubernamentales, el creciente valor atribuido a la proyección social de las empresas, el interés por el ecosistema (by Copenhague) o las características de ciertas tribus urbanas constituyen signos elocuentes de esa mentalidad en ciernes.

Sin embargo, los vestigios del liberalismo y el neo, tanto en Occidente como en el tercer mundo, han hecho la suficiente mella como para que abunde un deseo desenfrenado de enriquecimiento rápido y sin trabajo, un repliegue en el individualismo y el egoísmo sin precedentes, un sálvese quien pueda (por cierto, parece ser la nueva Ley que impera en Haití). El individualismo creciente, paradógicamente ha insensibilizado a gran parte de la población respecto de los dramas humanos (el aborto y el valor de la vida, la miseria, el cuidado del planeta, etc.).  Hay un individualismo que corroe el fundamento de los vínculos sociales.

Y aparecen situaciones como la que hoy vive Haití… Sobre la cual mucho se esta escribiendo y se va a escribir. Como una necesidad masoquista de autoflajelasión por las penurias humanas, por las desgracias, que más allá de la elocuencia del fenómeno natural, son consecuencias de los propios errores humanos. Las crónicas que llegan desde Puerto Príncipe, dan cuenta de ello.

Volver a la Persona, una salida.

Ha llegado el momento de apostar por una nueva sensibilidad que reivindique los rasgos esenciales del ser humano. Esos que los definen como Persona más allá de su propia individualidad, como SER RELACIONAL.

Rasgos que nos dotan de una capacidad única por el autentico desinterés (ese que sólo permite el verdadero amor, y no el amor utilitarista o banal); que le permite superar los automatismos instintivos propios de la especie y lo vuelven LIBERTAD (que es mucho más que ser libre); que mezclan nuestra capacidad de asombro, que liquida a la mediocridad y mezcla lo innato con lo adquirido en un juego de aprendizaje que nunca termina; y que en definitiva nos otorga identidad (unidad entre nuestro cuerpo y lo intangible de nuestro ser) en el hecho de ser relacionales.

Implica un cambio en la forma de pensar… PARARSE A PENSAR, dicen los autores.