«La vuelta al Cole» ya es una realidad. La frase forma parte del imaginario español, seguramente gracias a la persistencia publicitaria; que por cierto este año de la nueva normalidad, tuvo un importante traspié (por así decirlo) de la mano del El Corte Inglés. Pero lo cierto, es que cientos de miles de niños y niñas desde los 3 años han vuelto a las escuelas en plena reescalada pandémica. Luego de casi 6 meses en casa, en confinamiento o con «distancia social»… La última de las instituciones y ámbitos de nuestra sociedad que quedaba por abrir, lo ha realizado.
Para quienes además tenemos una pata del otro lado del charco, en Argentina también celebramos esta semana el día de la maestra y el maestro. El 11 de septiembre nos invita a reivindicar su rol social y vital para la especie humana. Quizás el bucle que implica, haga que aún esas demandas sigan sin resolverse y la educación esté más cerca de la vocación y el altruismo que de los honores, los altares y el reconocimiento político y económico que requiere. O quizás, siendo menos ingenuo, la culpa sea de muchos como Paulo Freire o Malala Yousafzai que pregonan que la «educación es una práctica para la libertad».
La cuestión, y por eso el post de la semana y el título, es pensar ¿de qué estamos de vuelta?
Para quienes buscamos las grietas del sistema y del rito social que significa la escuela en su conjunto, y ensayamos pedagogías alternativas que busquen experiencias significativas, la vuelta ha sido y será un retroceso sin precedente.
El pensamiento lógico y las fijaciones funcionales se han vuelto la regla. Los objetivos de aprendizaje se limitan a repetir protocolos y aprender rutinas que atentan directamente con la autonomía, la socialización, el juego de roles, la creatividad, la resolución de conflictos y tantas otras competencias por las que hemos dedicado décadas de estudio, debate, revolución y contrarevolución. Todo se ha vuelto predecible, rígido, sistemático, autómata…
Pero eso sí… niñas y niños están en los colegios, padres y madres trabajando y docentes, cortaron el chorro de «vacaciones indefinidas» que tuvimos estos meses. Y qué hacemos.. ¿Qué el último apague la luz?
Dicen que esta frase corresponde a un legendario grafiti pintado en las paredes del aeropuerto de Carrasco en Montevideo (Uruguay) a finales de los años 60, donde miles de uruguayas y uruguayos, forzados por la dictadura militar y una insoportable situación económica tuvieron que exiliarse. En esos años, la vida se protegía partiendo.
Curiosamente, la pseudoetimología de la palabra «alumno/a» se refiere a «SIN LUZ». ¿Una «iluminada» metáfora para ilustrar la vuelta al cole en la nueva normalidad?
UNESCO grita a diestra y siniestra que el cierre de las escuelas significará una catástrofe educativa sin precedente. ¿Y abrirlas en estas condiciones?
No renuncio a la posibilidad creadora de pensar y construir alternativas que potencien la educación en valores; el desarrollo de la autonomía; la creatividad y el pensamiento lateral; el espíritu crítico y la reflexión; el bienestar físico y emocional. Necesitamos que LOS PRIMEROS (y no los últimos), quienes tenemos la responsabilidad sobre la educación de nuestros hijos e hijas (administraciones, docentes, la academia, la familia) APAGUEN LA LUZ y nos inviten a pensar colectivamente lo que estamos haciendo o convalidando por omisión o inacción.
Mi querido y respetado amigo Enrique Bambozzi decía hace unas semanas que necesitamos interpelarnos ante «una idea de educación como ‘provocación’ formadora (y transformadora) de la sociedad«.
Quizás así la luz no se apague cuando ya no quede nadie, sino que de manera colaborativa prendamos la posibilidad de ser artífices de nuestro presente.
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